GALERÍA DE IMPRESCINDIBLES Henri Michaux

El escritor del otro mundo

  • Alpha Decay edita 'Una vía para la insubordinación'

Hace años, al hilo de 'Icebergs', una muestra de cuadros y dibujos de Henri Michaux exhibida en el Círculo de Bellas Artes, la revista 'Minerva' rescató una entrevista de John Ashbery, realizada en 1961, con el pintor y escritor francés. Michaux odiaba dar entrevistas, y apenas las concedió. El poeta y crítico norteamericano dice que Michaux se sentó a contraluz para que su interlocutor no pudiera verle bien. También dice que se negó a ser fotografiado e igualmente rechazó que se hiciera un dibujo de su rostro para ilustrar la charla.

Micheline Phankim, su última compañera durante más de dos décadas, confirmó a 'Libération' la ya conocida vocación de hombre oculto y secreto de Michaux, prolongación de su infantil querencia por la soledad, del rechazo de su apariencia, del malestar constante consigo mismo y con los demás. Phankim destacó que Michaux nunca se dejó grabar por una televisión y que su voz jamás fue registrada. Le gustaba ir al cine y al teatro, pero cuando paseaban juntos era preciso evitar las terrazas y los lugares concurridos para rehuir la posibilidad de ser reconocido.

Phankim reveló también que, después de vivir de hotel en hotel, la vida de Michaux fue muy modesta. Inquilino de un pisito, sus posesiones personales -biblioteca aparte- cabían en un par de maletas. Escribía a mano en su cama, afectado por una dolencia cardíaca desde su juventud, y luego pasaba sus textos a máquina en la misma mesa en la que comía, rodeado de desordenadas pilas de libros.

Este topo humano, tras dejar sus estudios de Medicina y descartar entrar en religión, se abrió al mundo como marino mercante y visitó por primera vez América del Norte y del Sur. Los libros que habrían de darle fama fueron dos libros de viajes. Cuando apenas era conocido por sus primeros poemas, hizo una travesía, a los 29 años, desde el Pacífico al Atlántico, desde los Andes a las selvas amazónicas. 'Ecuador' (1929) no sería el libro de un escritor canónico de viajes, como tampoco lo sería, cuatro años después, 'Un bárbaro en Asia', su recuento de ocho meses de recorrido por India, Ceylán, China, Japón e Indonesia.

Michaux no buscaba la crónica pormenorizada, ni levantar acta de todo, ni comprender lo que no podía comprender. Desde su condición de bárbaro, es decir, de ajeno a las culturas con las que se encontraba, desgranaba con su estilo intenso, poético, fragmentario, aforístico y elíptico las observaciones que se le antojaban pertinentes.

Más tarde escribiría relatos de viajes por territorios imaginarios, se asomaría al mundo de los sueños y de los locos y se adentraría siempre por su propio interior desconocido, la ruta más peligrosa en busca del otro que habita en nosotros. Eso tiene mucho que ver con 'Una vía para la insubordinación', donde explora el tema del doble, de la otra personalidad que se nos quiere imponer para que abandonemos las prohibiciones de la conciencia educada, ese otro yo que las religiones identifican con el demonio. Ese demonio, que también agita con sus tentaciones a los santos y místicos, no es sino nuestro adversario interno, nuestra segunda personalidad que trata de quebrar el ideal que dice perseguir la primera por el procedimiento de sugerirnos que cumplamos nuestros verdaderos deseos.

Aunque tuvo todos los boletos para integrarse en la oficialidad surrealista, cuando llegó a París, en 1924, desde su Bélgica natal, Michaux se obstinó en mantenerse al margen de escuelas y movimientos para construir su singularidad excepcional.

Y lo hizo con ayuda de la pintura. Impresionado por Klee, De Chirico y Ernst, Michaux expuso por primera vez en 1937. Pintor y acuarelista, de su extensa obra plástica descuellan sus trabajos con tinta china, trazos breves y tumultuosamente agrupados que, en ocasiones, parecen querer recordar a los ideogramas, a las caligrafías orientales.

Para encontrar nuevos mundos literarios y visuales, Henri Michaux, a finales de los años 50, comenzó a tomar mescalina. Ingería una síntesis química que le proporcionaba un laboratorio farmacéutico. Las formas y colores que vislumbraba en sus visiones y las reflexiones que le sobrevenían en el segundo momento de introspección y meditación que proporciona ese ingrediente del peyote alimentaron su pintura y su escritura con nuevos conocimientos. Al parecer, en una ocasión, por un mal cálculo o uso de la dosis, estuvo a punto de sufrir un serio percance.

Años atrás, Michaux había tenido un gran quebranto. En 1943, se había casado con Marie-Louise Termet, a la que conocía desde 10 años atrás. Esa boda -una vez que ella obtuvo el divorcio de su marido- llegó después de un tormentoso enamoramiento de la poetisa uruguaya Susana Soca, con quien entró en contacto en el curso de un viaje a Montevideo, en 1936, para visitar a su amigo y viejo protector Jules Supervielle. Susana Soca, por cierto, moriría trágicamente en 1959, al regresar a su país desde París, en un accidente de avión en Brasil, con el agravante de que la escritora cambió de billete y de vuelo en el último momento.

Pero, como estábamos a punto de decir, la muerte de su esposa Marie-Louise no fue menos trágica. Después de sólo cinco años de matrimonio, Marie-Louise falleció a resultas de las quemaduras provocadas por un incendio en su domicilio. Michaux estaba de viaje en Bruselas.

La vida de Henri Michaux, tantas veces en zona de riesgo, se apagó plácidamente en París en 1984. El irrepetible artista tenía 85 años.

Ensayismo incisivo, festín de la subjetividad analítica, con el humor y las propiedades musicales de la poética prosa de Michaux, 'Una vía para la insubordinación' se abre con un sugestivo texto sobre los fenómenos de 'poltergeist', primera aproximación para establecer la hipótesis de que ciertos acontecimientos paranormales no son sino energéticos intentos de subvertir un orden opresivo.

UNO DELANTE: 'LEVIATÁN'

'Leviatán', cuarta película del ruso Andréi Zviáguintsev, es la gran película del momento. Obra política, policíaca y, a no olvidar, existencial, alude en su título y en sus imágenes más simbólicas al gran monstruo marino, bíblico y demoníaco, criatura maléfica a destruir, pero cuyas fauces y coletazos destrozan a quien osa encararlo. Es la Rusia de Putin, el entramado corrupto y mafioso que, con la silenciosa complicidad de la iglesia ortodoxa, devora a quien se resiste a sus criminales designios. Es también la historia de un individuo y de una familia aniquilados, entre vapores alcohólicos, a partir de su enfrentamiento con el gigante del Poder. Precisa, demoledora.

¿Le ha resultado interesante?

Sí­ No 0
Te recomendamos